Lo encontré junto a la carretera en una cajita. Abandonado. Lo vi con una expresión de ternura. Su ocico rozaba el cartón y su naricilla olfateaba insistentemente. Me agaché y alargué mi mano. Enseguida la lamió y su carita me acariciaba con empatía. No me dejaría convencer tan fácil. Seguí caminando y a unos pocos metros, empezó la llovizna. Me detuve. Pensé en aquel perrito y el frío que tendría que soportar. Me lo imaginé mojado. Con su carita empapada. Bien es cierto que un perrito tiene un pelaje y su temperatura es más alta, pero a tan corta edad me parecía algo cruel. Así que regresé. Me quite el abrigo y lo envolví en él. Lo llevé a casa con la seguridad de que mamá se pondría histérica. Yo sólo le diría -Por una noche, nada más- y trataría de evitar cualquier conversación. Las gotas empezaban a caer más grandes y de manera más rápida. Tuve que resguardarme en un café de esquina hasta que se detuvieran. Me senté. Estaba totalmente mojada. Desenvolví el abrigo y allí estaba esa criatura. Me miraba de una manera especial. Nunca pensé que un perro pudiese mirar así. Sentí una ternura inexplicable y por poco lo aplasto de abrazarlo tan fuerte. Paró de llover. Cuando iba a salir del café, un sujeto me detuvo. Dijo -¿Y cómo le vas a poner?- yo traté de decirle que no iba quedármelo, pero en cambio balbucié -Jack, se llamará Jack- y el sujeto sonrió alejándose. Salí. Me preguntaba a mí misma, ¿Jack, de dónde Jack? No estarás pensando en conservarlo, ¿o si? Llegué a casa. Mamá preguntó por la escuela y el niño nuevo. Le respondí con voz temblorosa. Sirvió la cena y al parecer no notó nada. Temí que se diera cuenta por sí misma y lanzara un grito insoportable, entonces le conté. -Mamá, sólo será por hoy. Lo juro- Me miró con un gesto que para nada correspondía con la situación y sonrió. -Está bien si te lo quieres quedar, Sara. Es hermoso- Yo decía ¡QUEEEE! mentalmente. Lo dejé en el cobertizo tal como indicó mamá y le acerqué una taza con agua. Mientras cenaba me debatía entre conservarlo o no. Nunca tuve una mascota. Y a decir verdad, me simpatizaban un poco más los gatos. -¿Crees en las casualidades, Sara? Pienso que ésta es una- -Pero...mamá, no lo sé. Nunca he tenido una mascota. Qué tal si no soy buena en eso...- -Debes descubrirlo, cariño.
En fin, Jack se quedó con nosotros y desde entonces fue Jack. Cada que llegaba de la escuela, salía a correr tras de mí. Yo lo aseaba. Lo bañaba. Le acercaba la comida. El agua. Era casi como ser mamá. A veces ibamos al bosque juntos y nos sentábamos junto al lago. Era hermoso. Luego cayó enfermo y casi no se movía. Yo lloraba todas las noches y pensaba que iba a morir. Lo llevé al veterinario y poco a poco fue mejorando. Ya podía correr. Jugar. De hecho, se sentía muy bien. Luego yo caí enferma y él siempre estuvo ahí. Mamá también estuvo conmigo. Hasta faltó al trabajo durante semanas para quedarse en casa y darme las medicinas. Mejoré. Y cuando pude salir de nuevo, fue Jack quién me recibió. Y volvimos al lago y él atrapó el frisbee. En verdad lo extrañaba. Y ahora te pregunto, ¿crees en la casualidad?
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