lunes, 4 de noviembre de 2013

Blanco.



Al salir de la escuela, lo veo. Está sentado en una banca bebiendo jugo y mira a todos lados. Intuyo que es él por su manera particular de mover los pies bajo la mesa y, también, porque es el único allí. Me acerco y trato de saludarlo efusiva. Por un momento nuestras miradas chocan incómodamente. Quiero decirle que está más alto, o más rubio, o definitivamente, más guapo; pero lo cierto es que no distingo ningún cambio. Y no porque no sea buena observadora. De hecho, a menudo con mamá, jugamos a encontrar diferencias en las revistas o en el periódico. Y más de una vez he ganado. Es sólo que antes, el antes que recuerdo de él, es blanco. Sí, blanco. Un blanco espeso. Trato de rebobinar y ver su cara en algún recuerdo. Tal vez en viajes, reuniones, funerales, cumpleaños, domingos en la iglesia, no lo sé. Trato de hallar un rostro que le corresponda al que supongo es mi padre, pero no encuentro nada. La razón: divorcio. Viví con él hasta los seis y luego... nada. El tío Al, la tía Mel, la abuela. Él en ninguna parte. En ninguna foto. Mamá conmigo. Mamá consiguiendo un nuevo departamento. La mudanza. Mi primer baile. El club de teatro. El nuevo auto del tío Al. Lo que recuerdo es un blanco torpe y unas cuantas discusiones entre él y mamá. Lo que recuerdo es el ir y venir de sus zapatos bajo la mesa. El reloj de mano. ¿Y su rostro? Ahora lo veo a los ojos por equivocación. Me parece dulce. Tiene esa mancha en el ojo izquierdo, al igual que yo. O debo decir...¿Tengo una mancha en el ojo izquierdo al igual que él? Me invita a un jugo, digo que sí. Pregunta por la escuela y le respondo igual. No sé en qué planeta estoy, me disculpo. Él ríe. Su sonrisa es bastante linda, debo admitir. Pregunta por mamá y le digo que ahora trabaja en una nueva sucursal. Está más alta. Más delgada. Y por supuesto, más bella. Sólo por si te interesa volver con ella, digo. Ríe de nuevo. Bebo el jugo y me lleva a casa. Dice que mañana vendrá por mí de nuevo. Sólo si estoy de acuerdo. Afirmativo, señor. Me abraza y llora un poco. Recuerdo cuando eras una bebita, dice. ¡Eras hermosa! Ahora las lágrimas resbalan por mis mejillas. ¡Vaya, lo siento! Debes irte. Saluda a mamá por mí, dice mientras se limpia. Y no llores, bonita...
Es fácil para ti, al menos tú lo recuerdas...

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