viernes, 8 de noviembre de 2013

Tarde.




Es más de lo que puedo soportar ahora y supongo que me lo he buscado. Creo que nunca podré estar satisfecha sin uno que otro lío y el veneno, siempre me hará falta. ¿Recuerdas el plan? Apresurado, tonto. Nos divertía pensar que tendríamos una noche juntos. Sabíamos los límites del juego. No éramos sólo dos en la ecuación. Caminamos largo rato y la lluvia resbalaba entre las expectativas. Llegamos al fin: tu casa. Las lamparillas sensibles al tacto. La alfombra hábilmente dispuesta. Los cuadros, todos en perfecta alineación. Y el silencio... el silencio. Empezamos por preparar algo de cenar. Omelette, café. ¿Quieres algo más? Sonreías incrédulo y yo sentía que todo era irreal. Habíamos pensado tanto en ello que hacerlo resultaba absurdo. Por momentos nos mirábamos sin saber qué decir. No era incómodo aquel silencio, estaba impregnado de sonrojo y culpa. Nos contemplamos durante un rato. Te tumbaste en el catre y dijiste -quiero escucharte hablar- ¿De qué quieres que hable? Empecé a reírme nerviosa. De lo que quieras, me encanta tu voz. ¿Mi voz? Hace poco la escuché al grabarme y no suena del todo bien. A mi me encanta, sigue hablando. Me miraste con una ternura inexplicable. Pasaste tu mano sobre mi mejilla y yo sólo atiné a bajar la cabeza. Cuando tuve suficiente coraje hablé: ¡Vaya adorable, señor hielo! Bien sabes lo que siento por ti, no seas cruel. Reí. Mis carcajadas empezaban a salirse de control, mesurarme ya no era una opción contigo. Acuéstate. ¿Puedo abrazarte? Sabes que sí. Era algo de otro mundo, y no me juzgues por sentirlo así. Sentir el calor de tus manos era algo que sobrepasaba el plan. Jamás habíamos traspasado esa línea. Durante los años que llevábamos en este trance ridículo, jamás habíamos derrumbado la barrera corporal. Quizá sabíamos bien que al hacerlo, no podríamos parar. O tal vez, la odiosa culpa, se inmiscuía entre nosotros. Nos miramos fijo con tan sólo esa luz tenue de la lámpara. Dime que esto es real. Que en verdad te tengo aquí. No sabes cuantas noches he pasado solo. Quizá unas cuantas. Te estiraste un poco para tocar la lámpara. Al instante se disolvió la luz tímida y nos invadió un negro espeso. No puedo soportarlo, dije. Tal vez no fue una buena idea. Sabes lo que puede suceder y no quiero lastimarlo. Lo sé, lo sé. Es sólo que... tal vez soy un egoísta. Eres la primera, lo sabes. La única cosa bella que me ha sucedido. ¿Puedo darte un beso? Las lágrimas rebotaron en la almohada. Lo siento, lo siento. Sabes que no puedo hacerlo. Te quiero, en verdad. No quiero repetir la misma historia. Yo puedo perder más que tú. No es cierto, podría perderlo a él. Yo podría no volver a sentir esto con nadie. Mi vida está vacía, te necesito.¡Por qué nunca estoy satisfecha! No entiendo qué me falta. Siempre es igual. Me pregunto para qué estamos aquí... ¿A qué te refieres? Por qué tiene que existir siempre un obstáculo, no sé. El obstáculo tiene nombre. Sí, el tuyo. No, es decir, no...Te entiendo. Sólo háblame, me encanta tu voz. Besaste mi mano. Pronto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y distinguía los tuyos examinándome. No llores más...No puedo creerlo, dime ¿En verdad siento tanto por ti? Eso no puedo decirlo yo. No cambiaría esta noche por nada. Creo que ya es de madrugada, reí. Deslizaste tus pies sobre los míos, estaban tibios. Con la manta, torpemente, intentaste limpiar mis lágrimas. No pude creer lo que sentías por mí. Hubiese dado todo por poder corresponderte en la misma medida. Hubiese dado todo por no conocerte...tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario