domingo, 21 de julio de 2013

Gotas.














¿Se te ha inundado el alma? ¿Alguna vez? ¿En alguna ocasión? Pues bien, es algo que me pasa a menudo. Todo empieza con un simple dolor abdominal. Luego viene la jaqueca y la vista borrosa. De pronto los huesos me truenan y relinchan como un caballo viejo. Y las gotas... las gotas empiezan a hacer estragos. A inundar mi alma. A mojarme por dentro. Me voy sintiendo húmedo. Como un navío. Como una ventana. Como un chico triste.



jueves, 18 de julio de 2013

Fugaz.





















Bastaron tres segundos. Ni uno más ni uno menos. Salí de su apartamento. Enfurecida. Llena de una ira inexplicable y hasta ridícula. Llena de algo que comúnmente llaman "decepción". Llena y vacía al mismo tiempo. ¡Vaya dilema! ¿Qué hacer con todo esto? ¿Con el nudo en la garganta? ¿Con los textos en el móvil? Por ahora, huir. Luego sentirme mal y quizá volver. No, eso no. Volver no. Sería estúpido volver. Sé lo que debo saber por ahora. Sé lo que no debo hacer.
Tomo un taxi y voy a casa. Me limpio las lágrimas por si al taxista se le ocurre preguntar algo. Subo las escalerillas y trato de ocultar mi rostro. Nadie tiene por qué saberlo. Nadie tiene por qué notarlo. La decepción es para uno. La decepción debe ser transparente. Cierro de un portazo y voy directo a la habitación. Me escurro en la cama. Lloro. Las lágrimas caen violentamente. Me entran ganas de vomitar. Me entran ganas de romper cuadros. Los rompo. Me siento mal. Los sigo rompiendo. Me siento peor.
Y de repente lo veo. Lo fugaz que puede ser todo. Lo indurable. Lo perecedero. Los aplausos. El invierno. La cama. Los besos. Todo se va deshaciendo. Todo va alzando vuelo. 

miércoles, 17 de julio de 2013

Invisible.














Llego a casa. Unos tipos reparan las escaleras. Subo casi en un pie y me las arreglo para no ensuciarme de cemento. Abro la puerta con esfuerzo. Mi llave está algo torcida. Me quito el abrigo. Dejo los guantes en la mesita. Enciendo la radio. Hablan del concierto de esta noche. No puedo creer que la gente sea tan tarada. Prefieren apretujarse hasta el cansancio que quedarse en casa. Leer un buen libro. Dormir un poco. Llueve bastante. Es viernes y llueve bastante. Mamá llama de su oficina. Pregunta si he comido algo. Le contesto que no tengo ganas. Que tomaré una siesta. Me dice que me ama. Que llegara tarde esta vez. Respiro hondo y le digo que "esta vez" es siempre. Me dice ¡Bastante tengo ya con el trabajo! Luego cuelga bruscamente.
Me arropo y cierro los ojos. Me miento a mi misma. No tengo ganas de dormir. Pienso en la fórmula. En cómo hacer que funcione. En qué hacer mientras la estabilizo. En dónde utilizarla primero. Cuando sea invisible vigilaré a mamá. No sé por qué tarda tanto. No sé quién toma ahora el lugar de papá.

Nubes.
















Tu mano se fue enfriando junto a la mía. Luego nos vimos a los ojos y ya no había nada. Habíamos soñado tanto con este momento. Tanto que estábamos desgastados. Tanto que ya no era tan mágico. Siempre quisimos estar así. Juntos. En el barranco. Agarrados de la mano. Viendo el cielo. Sintiéndonos casi inmortales. Habíamos soñado tanto con este momento que echamos al olvido los otros. Los cafés. Las guerras de almohadas. Las mañanas soleadas. Las tardes de tráfico. Los nervios. Las noches de teatro. Los abrazos fugitivos. Las madrugadas escapando. Y ahora estábamos allí. En lo que siempre quisimos. Con las nubes que siempre anhelamos. En el lugar que siempre, siempre, soñamos. Y... ¿ahora qué? ¿Con que iríamos a soñar? Supongo que ese es el riesgo de cumplir los sueños. Después de ellos sólo hay un frío enorme y una inmensa, inmensa e inexplicable nada. 

sábado, 13 de julio de 2013

Sin remitente.















Forcejeé la puerta. Tras abrirla, un montón de cartas apiladas se asomaron ante mi. Di unos pasos tímidos como acercándome a ellas. Con cautela. Sin prisa alguna. Si algo he aprendido de las cartas, es que son más bien irascibles. Sobre todo con los extraños. Resienten su llegada. No les gustan las visitas. Me acerqué a ellas con todo y abrigo y noté el espacio en blanco del remitente. Quise leerlas. Tal vez la curiosidad. El misterio. Tal vez el simple hecho de ser cartas. Pero enseguida ellas, percibiendo mis deseos, se cambiaron a un rincón de la habitación. Celosas, corrieron con sus puntitas de papel a un lugar más alejado y oscuro. Los sobres parecían más rígidos e inamovibles. Las pilas más altas e inalcanzables. Y fruncían sus ceños de papel como diciendo "vete". Entonces, obedecí. Cerré la puerta que tanto trabajo me había costado abrir. Di muchos pasos atrás y volví como si nada. Otra vez retrocediendo ante las cosas interesantes. Otra vez huyendo de la aventura.

miércoles, 10 de julio de 2013

Césped.















Tuvimos días bastante buenos. A pesar de mi carácter y tus ausencias, los tuvimos. A pesar del mundo que parecía caérsenos encima, los rescatamos. Días para recordar. Para enmarcar. Para dejar intactos. Para sonreír más adelante. Días para volver. Para sentir que fuimos parte de algo. Que fuimos felices. Que nos sentimos plenos.
¿Recuerdas? ¿Escalando la montaña? Creíamos ser reyes. Ser dueños. Ser dioses. Creíamos todo. Hasta en el amor. Hasta en santa. Hasta en nosotros. Creíamos y nadie podía arruinarlo. Ni la lluvia. Ni el excesivo sol. Ni el trabajo. Ni la escuela. Ni nada. Ni todo. Ni algo.
Podíamos tumbarnos en el césped. Podíamos no hacer nada. Podíamos ser infinitos. Repetitivos. Podíamos ser rocas y grandes olas. Fuertes vientos y mareas altas. Podíamos ser todo sin necesitar de nada. Y poco a poco, nos fuimos necesitando. Hasta que no queríamos nada sin el otro. Hasta que se nos fueron los sueños de tanto insomnio. Hasta que se fueron los besos de tantos celos. Hasta que se fue todo de tanto nosotros.

martes, 9 de julio de 2013

No.













Transcurrieron varios años sin que entendieras el mensaje. Yo sólo quería jugar y ser tu amiga. Reír y volver a jugar. Nada más. No tenía ninguna otra pretensión. Ninguna otra etiqueta para esto. Amigos. Sólo eso diría el rótulo. No quería alejarme de ti, pues contigo estaba a gusto. No quería destruir los castillos de arena. Las carreras en el césped. No quería pisotearlo todo y entrar a casa con las manos vacías. Quería ser tu amiga. Nada más, nada menos.
Algo no funcionaba bien. Con el tiempo, tomaste atribuciones de más. Vinieron los celos y las confusiones. Y si, tardé en asimilarlo. Tardé en decir no. Bastaba uno. Tan sólo uno...Un simple, fuerte y seco "no".

¿Y al final? Tuve que pagar por mi tardanza. Te perdí con todo y rótulo. Con todo y no.


domingo, 7 de julio de 2013

Felinos.





















Esa mañana quería desaparecer. Desperté y lo juro, quería desaparecer. Cerré mis ojos con fuerza y deseé estar en otro sitio. Uno mejor. Uno no tan éste. Uno no tan feo. Una playa. Una isla. Sin mucha gente. No sé. Algo distinto. Algo cálido. Un lugar donde los extraños se sonrieran. Un lugar donde las bicis estén a salvo. Un lugar donde me sintiera, por primera vez, a gusto.
Como era de esperarse nada sucedió. Al abrir los ojos, me encontraba ahí. Ahí en mi cuarto. En mi desastre de cuarto. Con las cortinas horribles. Con la laptop dañada. Con todo lo que me era familiar y odioso. Con todo y cajas de mudanza.
Empecé a llorar. Un llanto tan profundo y silencioso. Un llanto nuevo. Un llanto extraño. Uno al que me acercaba por primera vez. Uno al que le tenía un peculiar aprecio. Lloré, creo, por unos cuantos minutos. Cuando me detuve, me sentí renovada. De alguna manera, renovada. Miré a la ventana y encontré un gato. O el gato me encontró a mí. En este punto ya no importa. En este punto ese gato, es mi mascota.


jueves, 4 de julio de 2013

Azabache.


He decidido dejar un espacio en blanco. Debo tomarme un tiempo para pensar bien las cosas. Sé que he actuado mal y me desconozco. Lo importante de los errores, y lo he aprendido, es recapacitar. Perdona, en verdad, perdona mis malos actos. No quise decirte adiós de esa manera tan cruel ni quise pisotear tu orgullo así sin más. No lo sé. Tal vez me cegué por el poder que me diste. El poder de decidir en tu vida. De escribir los siguientes capítulos en nuestra historia. Me entregaste el cetro y ya ves lo que hice. Lo siento. Nunca había dicho un lo siento así de fuerte. Nunca lo había lamentado en serio. 
Quisiera olvidarme por un instante de mis errores y ponerme una gran sonrisa. Regalártela. Envolverla para ti. Pero no puedo. Siento que te he fallado y más que nada me he fallado a mí misma. Encuentro por fin el amor, mi concepción de amor, la única y tan anhelada concepción de amor, y lo arruino todo. Me vuelvo irascible, iracunda. Me voy llenando de ira y de penas y el medidor de amor se ha ido bajando. Y no es que te quiera menos, no. Es que la ira lo ha ido taponando todo. Lo ha ido tapando, ocultando. Pero te quiero igual, me atrevería a decir que aún más. Tanto como para tener que dejarte. Tanto como para tener que repararme primero para luego ir contigo. Ir contigo a hacerte feliz. A llenarte de risas el rostro, no de penas. No de ceños fruncidos. No de lágrimas. Tanto como para escribirte esta carta. La única carta en toda mi vida, que llegara a su destinatario. La única.

Musgo.















Suelo pensar que no debí huir esa noche. Estaba tan atemorizado que no pude hacer más. Corrí y corrí hasta alcanzar el lago. Lancé unas cuantas piedras con fuerza, como si eso pudiese hacerme menos miserable. Rebobiné y vi lo estúpido de mi actos. Todos y cada uno de mis actos. Esa noche no había sido más que un completo idiota. Un imbécil.
Quise volver y decirte: perdona, soy un maricón. Quise volver y darte un abrazo y saborear las lágrimas secas en tus mejillas. Y besarte fuerte y apretarte contra mí y decirte que no te quería perder y que huí sólo por miedo a herirte más. Y luego no decir nada y perderme en tu cabello y pedirte perdón mil veces en silencio y otras mil más a viva voz. Quise hacerlo pero mis piernas no respondían. Temían al rechazo al igual que mis brazos. Cada uno de mis poros temía tu vil y posiblemente inevitable rechazo. Entonces, volví a casa. Me tumbé en el catre y no pude dormir. Daba vueltas y vueltas al asunto. Pude haber remediado todo pero no sé qué me detuvo.  Pude tantas cosas pero soy un cobarde. Me arrepiento, doscientas veces me arrepiento. La casa de musgo no será la misma sin ti. Y sin ti yo no soy el mismo, soy como un agujero cobarde. Un vil agujero cobarde.

miércoles, 3 de julio de 2013

Calcetines.















Entré al consultorio. La enfermera sólo preguntó mi nombre y lo escribió en una cinta. El trato era muy profesional, por poco y no me mira el rostro. Agarró un bote y la pegó. Yo, mientras tanto, contaba los segundos y anhelaba el fin de aquel episodio. Sudaba frío. Cuando la aguja entró sentí un alivio enorme. Miré a la enfermera y entre nerviosa y atontada tomé mis cosas y me fui. Los resultados tardarían media hora. El episodio aún no acababa por completo, faltaba la peor parte. ¿Y si daba positivo?¿Realmente estaba preparada para esto? Tenía mis dudas al respecto.

Mis calcetines eran de colores distintos. La prisa no me dejó elegir unos más adecuados. Los resultados se asomaron ante mí. Alargué mi brazo por la ventanilla y pagué el valor de la consulta. Al salir, caminé sin rumbo. No abriría el sobre hasta llegar a la esquina. Una vez allí, vería el resultado y tiraría el papel a la basura. De algo estaba segura, si un bebé crecía dentro mío, tendría que empezar a usar nuevos calcetines.

Cero.

Y ahí voy yo. Caminando más bien lento pensando en que podría estar tan mal. ¿No soy feliz? Mediana edad y no soy feliz. Perfecto. Aún no me he casado y dejé las citas. Sólo hay gente que quiere pasarla bien y yo deseo todo lo contrario. Busco alguien con quien pasarla mal. Sí, ése es mi objetivo. Alguien con quien discutir sobre qué tanta sal le faltó a la cena. O por qué tantos animales mueren para hacer esos abrigos costosos y para nada atractivos. O por qué el presidente no decide respetar a los campesinos y pagarles lo justo. No sé. Quiero a alguien para discutir. Para odiarla cada día más. Para aborrecer su aliento al despertar. Para maldecir por el desorden. Quiero a alguien para decir ¡Maldita sea, lárgate! Alguien para dar portazos y dar un discurso furioso. No lo sé. Tal vez mi idea de amor no convenza a nadie, pero es de las más sensatas. Quiero a alguien para pasarla de lo peor. Y desear no haberla conocido. Y querer asfixiarla mientras duerme...pero no sucede. Ellas sólo quieren mimos y caricias. Yo sólo dispongo de mis gritos, de mis mejores gritos.