domingo, 30 de octubre de 2016

Incuantificable



─ ¿Me quieres?
─ Sí, ¡pero claro!
─ ¿Mucho?
─ Mucho, ¡muchísimo!
─ ¿Cómo sabes cuánto es mucho?
─ Porque sé que es más que muy poco
─¿Y cómo puedes saber qué cantidad es muy poco y qué cantidad es mucho?
─ Porque tengo una balanza
─ ¿En el corazón?
─ No, el corazón es solo un órgano, tontita
─ ¿En la mente?
─ No, ésa es solo una red neuronal
─ ¿En donde la tienes?
─ Donde no hay posesión
─ Entonces no la tienes. No puedes tenerla
─ La tengo, la siento, no la veo ni la toco, pero la siento
─ ¿Dónde?
─ ...En el alma
─ ¿Y tu balanza puede pesarlo todo?
─ Solo lo incuantificable

miércoles, 19 de octubre de 2016

Combustible



Todavía recuerdo cuando lo preguntó. El globo que colgaba del techo, parecía conservarse intacto hace seis años atrás, sin jamás ser testigo de alguna pregunta de ese tipo. Mis ojos lo contemplaban inspeccionando el polvo sobre él, justo cuando mis oídos siguieron su voz.

─¿Para qué nacemos? ─me dijo─ y tras voltear, asombrado, atónito, me miró con esos ojos, brutalmente abiertos, como sólo esa chiquita podía abrirlos. 
Me quedé mudo. Volví a mirar el globo pendiendo de un hilo y juro que pude ver cómo se desinflaba, nervioso. ¿Qué podía contestarle yo? Si tal vez fuera ese tipo de padres entusiastas, católicos, cristianos, apostólicos (lo más cerca que he estado de un apóstol es en un juego de poker)... si tuviera una creencia ciega, un optimismo barato o al menos una esperanza que heredarle, podría responder.
Si sólo Fer estuviera para responderle. Para sonreír y decir algo ingenioso, cerrar el asunto con un par de muecas graciosas y los dedos jugueteando en los hoyuelos chiquit... Suspiré. 
Me llené de aliento y a riesgo de quedar como un tonto contesté:

─No lo sé, hija. Mira que no lo sé. ¡Creo que voy a reprobar el éxamen! ¡Está difícil!
Ella ni pestañeó. No le hizo ni cinco de gracia y no me quitaba la mirada. 
¿Para qué me tuvieron tú y mamá? ¿Para qué?

La madera del techo se parecía cada vez más a un laberinto y yo, que nunca había practicado ese pasatiempo en los periódicos, me quedé fácilmente atrapado. Fer encontraría la salida instantáneamente, hubiera identificado la cuestión en segundos, como siempre lo hacía en los juegos de hallar las cinco diferencias o en ésos de encontrar a un hombre misterioso entre multitudes dibujadas... El periódico que se negaba a desechar y las manchas que tenía en la portada, la tinta desgastándose y el café cayendo una y otra vez sobre la primera plana...
Volví.

─ Sara, te tuvimos para darte muuucho cariño. Para que vieras todas las cosas lindas que hay aquí, en el mundo. Afuera. ¡Cómo las flores! Las flores son algo bonito, que vale la pena ir a ver, ¿no?
─ Ajá. ¿Me trajeron para ver las flores? En el liceo casi no las veo, tienen muy poquitas y el recreo es cortito. ¿Seguro nací para ver flores? 
─ No, no, Sari, no me malinterpretes. Es para que conozcas todo. Para que veas lo que hay afuera. Saliste de la panza de mamá para ver con tus propios ojos el mundo. Para descubrirlo...
─ Ah, eso es diferente, papá. O sea que me tuvieron para volar en globo por toooodo el mundo y para ver flores desde arriba. ¿Sí?
─ Sí, sí, sí. Para eso mismo, hija. ¡Vamos a volar por todo el mundo!
─ Y mamá... ¿no nació para volar con nosotros? ¿Nació para irse?

La mirada que le lancé, debo admitirlo fue de odio. Al principio, claro, exclamé para mí mismo y me enfurecí de tripas para adentro. ¡Cómo puede decirlo, si quiera! ¡Ella no entiende nada! N-A-D-A. Pero...¿y quién era yo para juzgarla? Yo tampoco lograba comprender, y la diferencia era de treinta a seis. Había sido un año difícil, y solo nos teníamos el uno al otro.

─... Mami nació para volar también, Sari. Sólo se le agotó el combustible.

miércoles, 16 de abril de 2014

Papá.




Es sorprendente, debo decir. Cuando mamá llamó no podía creerlo. Me invadió una sensación de vacío y me preguntaba el porqué del atentado. Era increíble. Las cosas suelen suceder tan de repente y, aunque sabes que siempre será así, te sigues sorprendiendo con cada evento. ¿Una bomba? ¿De veras murió de esa manera? Lo difícil de este tipo de noticia no es la noticia en sí misma. Es decir, lo difícil no es que él haya muerto. Todo el mundo muere, es normal. Lo difícil de este tipo de noticia es la forma en que se muere. ¡Por Dios, es una bomba! Yo esperaría que él hubiese muerto de otra manera, no sé. Viejo, dormido, sentado en el sofá rojo. Pero una bomba es algo cruel, repentino. Además, ¿en un tren? Una bomba en el tren. Te levantas en la mañana, te duchas, bebes café, sales y tomas el tren. Así no más. Se cierran las puertas del vagón, piensas en que vas algo tarde y ¡pum!: Señores, una bomba en el tren, disculpen las molestias. Es sólo una bomba en el tren.
Jamás establecí una relación demasiado estrecha con él, sin embargo, es difícil de asimilar. ¿Cómo podría tomarlo? Es decir, no lo amé como se ama a un padre pero llegué a tomarle cierto afecto. ¿Cómo no lo haría? Vamos, viví con él. No siempre, pero compartimos un buen tiempo. Tiempo a solas, padre e hija (aunque no pareciera aquello). Recuerdo ciertas cosas en Madrid. Ciertos olores a vino, a pan, a veces a lluvia y a veces, a comida rápida. Recuerdo cuando caminábamos y yo, asombrada, veía aquellos balcones. Él nunca me tomó de la mano. Había cierta regla invisible que se lo impedía, cierto miedo implícito. Durante los dos años en que vivimos juntos, no nos acercamos demasiado. Creo que él tenía miedo de acercarse mí. Bueno, digo, fui su primera hija cuando él apenas podía pensar en su futuro. Viajó a Vancouver para un reportaje, conoció a esta muchacha guapa y pues bueno, nací yo. ¿Qué podía esperar de él? Nunca hubo abrazos más que en cumpleaños y fueron realmente incómodos. Nunca hubo una charla seria sobre por qué no funcionaron las cosas con mamá y nunca hubo llamadas telefónicas más que para indicarme cómo usar el horno y cómo escurrir la pasta. Fue así. Mi padre no estaba listo y mamá, aunque trataba, tampoco. Se pasaban la pelota el uno al otro y, cuando la tenían, no sabían que hacer con ella.
Mi padre fue un buen tipo, pero tuvo un desenlace bastante feo. Me gustaba su sonrisa y su forma tan minuciosa de afeitarse. Lo quise y supongo que él a mi también. Era un buen escritor, sobre todo de cuentos. Se ganaba la vida escribiendo: hacía columnas para algunas revistas, publicaba cuentos en suplementos culturales, daba talleres de escritura creativa, en fin. Había iniciado, hace poco, con su primera novela. Por lo que cuenta mamá, la dedicatoria era mía. Un amigo de mi padre había charlado hacía poco con ella y le contó todo. La novela trataría de los dos años en que vivimos juntos. Dos años, para él, bastante especiales (aunque nunca dio señales de ello). Hubiese sido agradable leerla, me hubiese aclarado ciertas dudas. Pero ni modo. Las cosas suceden porque deben suceder. Supongo que este silencio que me deja, es todo lo que debo saber. Todo lo que debo sentir. Lo demás, se lo llevan las hojas. Me queda la huella, la esencia. Él.

Destino.



Aquella mañana no se sentía particularmente bien. Por lo general, al iniciar cualquier día, sin excepción, sentía un ligero pellizco. Como una sutil─ no tan sutil ─advertencia, que le aseguraba su tortuoso aterrizaje a la realidad. ¡Cómo lo odiaba! Miró por la ventana y se encontró con una niebla espesa, no parecía un día adecuado para salir. En realidad, ningún día le parecía apropiado para salir. Respiró hondo y se entretuvo observando el techo. ¿Y si un día, tan sólo me quedo aquí? Nadie lo notaría. Sólo yo. Permanecería aquí, callado, sin hacer mucho. Mamá no lo notaría. Papá, por supuesto, tampoco: con el papeleo y los abogados y ¡Señor Thompson venga aquí, ahora mismo! Ah, y Cassie; ocupada con sus posters y con el chico “cero cerebro y mucho músculo” y con sus deseos de ser actriz y su déficit de atención. Nadie lo notaría.
Con frecuencia le sucedía esto, una oleada de pensamientos pesimistas fuera de control y una creciente ira con el mundo. Ganas de no salir de su cuarto y, sobre todo, de no tener que volver a subir en esa silla de nuevo. La escuela estaba particularmente mal. La división por “gremios” y entre otras cosas, por el supuesto “estatus social”. Los chicos populares con su desprecio hacia los demás chicos, las chicas populares con sus miradas retorcidas y caras llenas de polvillos, pompones perfumados y teléfonos celulares más inteligentes que ellas mismas. Y lo que enseñan. Un montón de información vertida en cubetas malolientes, esperando llenar alguno que otro vacío en cerebro. Guerras, posguerras, el emperador de China, el dictador de Cuba, geografía, la revolución industrial, el gentilicio de determinado país, Shakespeare para aprenderse de memoria y otras tantas cosas sin alma que intentan verternos por y para nuestro “futuro”. ¿Cuál futuro? ¿El cubículo que espera nuestra inhóspita presencia y los formularios que ansían ser llenados por nuestras manos faltas de carácter? ¿Ese futuro?
Volteó a ver el reloj, las siete menos un cuarto. Se hacía tarde y él, en lo personal, no le hallaba sentido a la importancia de llegar temprano. El día se prolongaría lo suficiente para hacerlo sentir un inválido, no era necesario empeorar las cosas. Además, para variar, el autobús no contaba con una entrada para personas como él. Tendría que pasar, de nuevo, la penosa situación de tener por lo menos a unos diez chicos que, exhortados por la maestra, le ayudarían a subir la pesada silla y su cuerpo trozado por eso que algunos llaman destino.

domingo, 9 de febrero de 2014

Lápida.


No era la primera vez que estaba allí. A menudo corría, cuando todo salía mal, hasta ese lugar. Me arrodillaba. Derramaba un par de lágrimas y empezaba a silbar. Silbar nunca fue mi fuerte pero él siempre quiso que lo hiciera. Le encantaba silbar. Podía hacerlo de todas las formas y yo me asombraba de ese don que no poseía. Luego de silbar, y notar que mi nariz ya estaba algo abrumada, le contaba lo que sucedía. Lo que andaba mal en la escuela. Con mi madre. Con Cassy. Conmigo. Le contaba todo. La nueva cámara. La bici que estropeé. El cuadro que rompí por accidente. El día en que mamá me presentó a ese tipo. El día en que mamá besó a ese tipo. Y el día en que por poco mato a ese tipo. No sé, la cosa es que ése era mi refugio. Tal vez él no me escuchaba pero me sentía a salvo allí. Sentía que, sobre esa lápida, podía desperdiciar todas mis palabras. Todas mis lágrimas. Todas las historias que nadie querría escuchar. Y así transcurrieron los años. Yo huía, me sentaba, silbaba, hablaba, lloriqueaba. Así, por muchos años. Hasta que sucedió esto. Esto que realmente me excede. Me supera. Cassy me dijo que está embarazada. Naturalmente fui hasta allí. Me arrodillé, de nuevo. Con lágrimas y sin palabras. No pude, realmente no pude hacerlo. Quería contárselo a papá, pero no pude. Estaba mudo, con la garganta apretujada. Con la culpa hecha silencio. Volví a casa. Sólo le dejé unas cuantas flores y volví. Tras largas horas en el teléfono, tomamos una decisión. Cassy no podía ser mamá y mamá, realmente no podía darse cuenta de que Cassy sería mamá. Sería doloroso. Para las dos. Para los tres. Me sentía terrible. Yo era cómplice del horrible suceso que cambiaría la vida de Cassy. Recuerdo que ella, entusiasmada, me hablaba de sus planes para el futuro. Quería viajar y con suerte enseñar español en cada país que visitase. Quería aprender tai-chi, preparar ramen, probar el ramen, probar el queso holandés en Holanda y el yogurt griego en Grecia. Lo siento, le digo y ella rompe a llorar. Mencionó un lugar para practicar el aborto y cuánto dinero necesitaríamos. Yo asentí y quedé en recogerla al día siguiente. Colgamos. Era el día siguiente. Dentro de unas pocas horas esas dos líneas en su prueba de embarazo, sólo serían historia. Una historia que, por supuesto, no debía saber mamá y no podía, por alguna extraña razón, contársela a papá. ¿Qué pensaría papá de mí? ¿Era, acaso, un asesino? O, bueno, probablemente aún no lo era. No había sucedido aún. Pero, ahora que ya sucedió, ¿lo soy? ¿Un asesino sólo lo es en el momento de perpetrar el crimen o lo es en el momento en que contempla la posibilidad de hacerlo? Soy un criminal, no sé silbar y para variar destruí la vida de Cassy. Ya no será mamá, pero tal vez no lo vuelva a ser nunca. Y yo, por ahora, con tan sólo veinte, ya he sepultado a dos personas.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Mamá.



Supongo que a todos nos pasa, dijo mientras se bebía el vodka. Me refiero a no distinguirnos. No saber quiénes somos. Es difícil aceptar el paso del tiempo, reconocernos como alguien más. Ya ven, el tiempo vuela y ya soy mamá. Debo olvidarme de todos mis planes. De los viajes. De los proyectos en solitario; tengo compañía y más vale que la acepte. Nadie en la sala supo qué decir. Amy tenía fama de ocurrente pero jamás había dicho algo así. Su rostro estaba pálido y firme. Revelaba un ánimo frío, serio y algo cruel. Le serví más vodka mientras los demás, entre halagos y chistes, trataban de direccionar la charla. Pero ella no se rendiría tan fácil; sabía que en el fondo muchas allí pensaban igual. Saben, dijo con la mirada fija al suelo, he roto todos los espejos. Todos y cada uno. Fred piensa que sólo estoy alterada por el embarazo, pero no es así. Ya no sé quién soy. Es insoportable verme a mí misma. Tan diferente. Tan ajena. Ya no me pertenezco y... ¿qué viene después de esto, ah? ¿Desconocerse por completo? ¿Alejarse de todo lo que se quiso alguna vez? ¿Acaso dejaré de pintar? ¿Dejaré de sentir ganas de cantar en las noches? ¿Sólo pensaré en quehaceres y cuando mis hijos se me acerquen les contestaré a gritos? No, no, no. Yo no quiero eso para mí. Ni para ellos. ¿Y qué pasará con Fred? ¿Saldrá temprano de casa y deseará no llegar nunca? ¿Desaparecerán las cenas románticas, los chocolates sorpresa, las ganas? ¿Se tomará malhumorado el té y se despedirá con un cruel y rutinario beso en la frente? No, no. Me niego. ¡Y sé que a ustedes aún les queda algo de razón! Quién querría ser madre, ¿ah? ¿Acaso tú, Vicky? ¿Acaso tú? Rompió a llorar. La miré pasmada y de repente tuve ganas de vomitar. Quería desaparecer de allí. Era cierto, nadie querría ser madre si esto significase renunciar a su propia vida. Nadie. Sin embargo, ya había pasado mucho tiempo. Amy, aunque arrepentida, no abortaría; y yo, aunque lo intentase, no podría dar un paso atrás. Corrí al baño. Vomité hasta sentirme vacía y lloré en silencio. Me acerqué al lavabo, lavé mi rostro. Me sentí asqueada...aquel reflejo ya no era el mío.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Decepción.



Las cosas no salieron tan bien. Al menos no tan bien como imaginé. Siempre sucede. Mis expectativas superan la estratosfera y los hechos, lo que en verdad pasa, no es la gran cosa. Creo que padezco una enfermedad aún no reconocida. Decepción crónica, diría yo. Sí, eso me pasa. Y lo supe sin ser doctor. Lo supe de tanto sentirlo. Como aquella vez que imaginé la cena romántica, el beso agradable y la charla coherente y resultó siendo sólo una charla mediocre, sin romanticismo y toneladas de helado chorreando sobre mis manos. Sí, a veces no sé que me sucede. Tal vez espero demasiado de todas las personas, objetos y situaciones. Tal vez no doy lo suficiente de mi mismo para que mis expectativas se cumplan. O tal vez es sólo una conspiración. De las tres, prefiero la última. Todo es una conspiración. Seguramente Dios sabe que soy un genio y para explotar toda mi capacidad, debe ponerme al límite de la insatisfacción. Los que están satisfechos no producen nada bueno, dijo alguna vez la maestra. Prefiero tomar esta frase y olvidar que soy yo el problema. Es Dios. Dios y su manía de ponerle un destino a todos. Dios y su costumbre de hacer genios a los niños solitarios, los de sueños agigantados y pocas posibilidades.  Buda también tiene algo de culpa. Aquí nadie se salva. Todas las deidades son responsables. Responsables de que yo no obtenga el premio nobel. De que aún no pueda volar en parapente. De que aún no conozca Berlín, ni Tokio, ni Valladolid. Responsables de que aún no haya escrito mi novela. Ni haya tenido ese amor inolvidable. Ni haya experimentado con heroína. Que no haya participado en tríos, orgías; ni haya probado un buen cigarro. Responsables de la decepción: todas las deidades son responsables. ¿Pero para qué recordarles su crímen? Ellos nunca tendrán un juicio decente. No existe ley por encima de la ley. Y mientras yo escribo otro patético e insatisfactorio episodio, Dios sólo quiere seguir con el juego...