miércoles, 20 de noviembre de 2013

Espirales.




De vez en cuando escuchaba la canción. Su mente la reproducía exacta y sin cambios. Los acordes resonaban y la voz era tan profunda como un estanque. Titubeó. ¿Sientes lo mismo?-pensó. Me muevo junto a ti, veo espirales. Un frío le invadió el cuerpo. Ver la ciudad desde allí era diferente. Todo parecía lejano y triste. Tal vez era el efecto de la canción. Tal vez era eso, sólo esa tonta canción. Sintió ganas de gritar y ahora que lo pensaba jamás había gritado realmente. Su carácter era más bien débil y cedía todo el tiempo. Era paciente, incluso cuando su hermana la sacaba de quicio. No gritaba, contaba hasta treinta si era preciso. Jamás perdía el control. Por un momento deseó no hacerlo más. Quería gritar. Fuerte. Tan fuerte que todos la escuchasen. Tan fuerte que la canción desapareciese.
Veo espirales, me muevo junto a ti otra vez. Los puentes siempre le habían parecido hermosos. Era increíble que alguien pudiese construirlos. Los autos vagaban por allí con sus luces y se percibía cierta vanidad en ellos. La gente paseaba con su paraguas, aunque dudaba que alguien realmente paseara en la lluvia. Ella si lo haría. Ella en verdad lo haría. Los deseos de gritar se fueron transformando en un lagrimeo tonto. Deseó poder decir algo coherente. Algo valioso. Decirse algo a si misma, cantarse una canción propia. Lloró un buen rato. La canción había desaparecido. El puente seguía hermoso aunque nublado por las lágrimas. Lo entendió todo. Era mejor volver a casa. Después de todo era ella quien debía disculparse.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Nada.



Por aquel entonces el mar nos decía mucho. Recuerdo sentarme en la orilla y contemplar su cabello castaño. Olerlo. Palparlo. Recuerdo sentir la brisa fuerte y despegar los cabellos que, rebeldes, se atascaban en su rostro. Platicábamos bastante. A veces filosofábamos sobre el propósito de una charla. Sobre el qué hacer de los artistas. Sobre la longevidad de los peces. Hablábamos durante horas hasta quedar sedientos. Luego, como un pacto establecido, guardábamos un solemne silencio y la tarde caía en frente. Ella se recostaba en mí y yo, entre tarado y galán, la abrazaba sin mucha fuerza. De repente se volteaba, me miraba y me besaba. Guiaba mis manos a sus pechos y para entonces ya era tarde: estaba enamorado.
El ritual siempre era el mismo. Observar, charlar, guardar solemne silencio, besar, tocar y... ya saben. Para mí eso bastaba. La misma rutina bastaba. Aunque predecible, bastaba. Luego ella se cansó. Nos sentamos en la playa y ni siquiera se molestó en charlar. Cuando traté de besarla dijo que yo nunca podría tener el control. Que sólo era un niño asustadizo e ingenuo. Que el mar ya no le decía nada. ¿Cómo no podía decirle nada? Supongo que algunos nos quedamos estancados. Nos quedamos sintiendo lo mismo. Nos quedamos sentados porque el mar aún nos dice algo. Supongo que a algunos nos gusta lo predecible. Lo rutinario. Lo de siempre. Supongo que algunos nos quedamos así, sin la chica. Con el mar. Con nada...

viernes, 8 de noviembre de 2013

Tarde.




Es más de lo que puedo soportar ahora y supongo que me lo he buscado. Creo que nunca podré estar satisfecha sin uno que otro lío y el veneno, siempre me hará falta. ¿Recuerdas el plan? Apresurado, tonto. Nos divertía pensar que tendríamos una noche juntos. Sabíamos los límites del juego. No éramos sólo dos en la ecuación. Caminamos largo rato y la lluvia resbalaba entre las expectativas. Llegamos al fin: tu casa. Las lamparillas sensibles al tacto. La alfombra hábilmente dispuesta. Los cuadros, todos en perfecta alineación. Y el silencio... el silencio. Empezamos por preparar algo de cenar. Omelette, café. ¿Quieres algo más? Sonreías incrédulo y yo sentía que todo era irreal. Habíamos pensado tanto en ello que hacerlo resultaba absurdo. Por momentos nos mirábamos sin saber qué decir. No era incómodo aquel silencio, estaba impregnado de sonrojo y culpa. Nos contemplamos durante un rato. Te tumbaste en el catre y dijiste -quiero escucharte hablar- ¿De qué quieres que hable? Empecé a reírme nerviosa. De lo que quieras, me encanta tu voz. ¿Mi voz? Hace poco la escuché al grabarme y no suena del todo bien. A mi me encanta, sigue hablando. Me miraste con una ternura inexplicable. Pasaste tu mano sobre mi mejilla y yo sólo atiné a bajar la cabeza. Cuando tuve suficiente coraje hablé: ¡Vaya adorable, señor hielo! Bien sabes lo que siento por ti, no seas cruel. Reí. Mis carcajadas empezaban a salirse de control, mesurarme ya no era una opción contigo. Acuéstate. ¿Puedo abrazarte? Sabes que sí. Era algo de otro mundo, y no me juzgues por sentirlo así. Sentir el calor de tus manos era algo que sobrepasaba el plan. Jamás habíamos traspasado esa línea. Durante los años que llevábamos en este trance ridículo, jamás habíamos derrumbado la barrera corporal. Quizá sabíamos bien que al hacerlo, no podríamos parar. O tal vez, la odiosa culpa, se inmiscuía entre nosotros. Nos miramos fijo con tan sólo esa luz tenue de la lámpara. Dime que esto es real. Que en verdad te tengo aquí. No sabes cuantas noches he pasado solo. Quizá unas cuantas. Te estiraste un poco para tocar la lámpara. Al instante se disolvió la luz tímida y nos invadió un negro espeso. No puedo soportarlo, dije. Tal vez no fue una buena idea. Sabes lo que puede suceder y no quiero lastimarlo. Lo sé, lo sé. Es sólo que... tal vez soy un egoísta. Eres la primera, lo sabes. La única cosa bella que me ha sucedido. ¿Puedo darte un beso? Las lágrimas rebotaron en la almohada. Lo siento, lo siento. Sabes que no puedo hacerlo. Te quiero, en verdad. No quiero repetir la misma historia. Yo puedo perder más que tú. No es cierto, podría perderlo a él. Yo podría no volver a sentir esto con nadie. Mi vida está vacía, te necesito.¡Por qué nunca estoy satisfecha! No entiendo qué me falta. Siempre es igual. Me pregunto para qué estamos aquí... ¿A qué te refieres? Por qué tiene que existir siempre un obstáculo, no sé. El obstáculo tiene nombre. Sí, el tuyo. No, es decir, no...Te entiendo. Sólo háblame, me encanta tu voz. Besaste mi mano. Pronto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y distinguía los tuyos examinándome. No llores más...No puedo creerlo, dime ¿En verdad siento tanto por ti? Eso no puedo decirlo yo. No cambiaría esta noche por nada. Creo que ya es de madrugada, reí. Deslizaste tus pies sobre los míos, estaban tibios. Con la manta, torpemente, intentaste limpiar mis lágrimas. No pude creer lo que sentías por mí. Hubiese dado todo por poder corresponderte en la misma medida. Hubiese dado todo por no conocerte...tarde.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Blanco.



Al salir de la escuela, lo veo. Está sentado en una banca bebiendo jugo y mira a todos lados. Intuyo que es él por su manera particular de mover los pies bajo la mesa y, también, porque es el único allí. Me acerco y trato de saludarlo efusiva. Por un momento nuestras miradas chocan incómodamente. Quiero decirle que está más alto, o más rubio, o definitivamente, más guapo; pero lo cierto es que no distingo ningún cambio. Y no porque no sea buena observadora. De hecho, a menudo con mamá, jugamos a encontrar diferencias en las revistas o en el periódico. Y más de una vez he ganado. Es sólo que antes, el antes que recuerdo de él, es blanco. Sí, blanco. Un blanco espeso. Trato de rebobinar y ver su cara en algún recuerdo. Tal vez en viajes, reuniones, funerales, cumpleaños, domingos en la iglesia, no lo sé. Trato de hallar un rostro que le corresponda al que supongo es mi padre, pero no encuentro nada. La razón: divorcio. Viví con él hasta los seis y luego... nada. El tío Al, la tía Mel, la abuela. Él en ninguna parte. En ninguna foto. Mamá conmigo. Mamá consiguiendo un nuevo departamento. La mudanza. Mi primer baile. El club de teatro. El nuevo auto del tío Al. Lo que recuerdo es un blanco torpe y unas cuantas discusiones entre él y mamá. Lo que recuerdo es el ir y venir de sus zapatos bajo la mesa. El reloj de mano. ¿Y su rostro? Ahora lo veo a los ojos por equivocación. Me parece dulce. Tiene esa mancha en el ojo izquierdo, al igual que yo. O debo decir...¿Tengo una mancha en el ojo izquierdo al igual que él? Me invita a un jugo, digo que sí. Pregunta por la escuela y le respondo igual. No sé en qué planeta estoy, me disculpo. Él ríe. Su sonrisa es bastante linda, debo admitir. Pregunta por mamá y le digo que ahora trabaja en una nueva sucursal. Está más alta. Más delgada. Y por supuesto, más bella. Sólo por si te interesa volver con ella, digo. Ríe de nuevo. Bebo el jugo y me lleva a casa. Dice que mañana vendrá por mí de nuevo. Sólo si estoy de acuerdo. Afirmativo, señor. Me abraza y llora un poco. Recuerdo cuando eras una bebita, dice. ¡Eras hermosa! Ahora las lágrimas resbalan por mis mejillas. ¡Vaya, lo siento! Debes irte. Saluda a mamá por mí, dice mientras se limpia. Y no llores, bonita...
Es fácil para ti, al menos tú lo recuerdas...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Medusas.



Nunca tuve una buena amistad. Me refiero al tipo de amistad que hubiese deseado tener. Una estrecha y abierta amistad. Con libros, café y jazz de por medio. Con charlas filosóficas y al menos un viernes de drogas. Nunca tuve un amigo, al menos uno, que captara mi visión de vida. Perdía el tiempo intentando explicar algo que, por naturaleza, no podían digerir. Entonces guardé todos mis intentos. Los doblé con cuidado y los metí en mi bolsillo. Cedí ante las noches de alcohol y chistes sin sentido. Ante fines de semana de almuerzo y noticiarios. Fiestas con música molesta y luces atrofiadas. Cedí en todo aspecto. Hasta participé en bingos y aeróbicos de centro comercial. Cedí pues no había forma de obtener una respuesta medianamente coherente. O no al menos una satisfactoria. Traté de ser "normal" y aquí me tienen. En casa de mis padres. Escribiendo tonterías en un blog. Soñando con ese porro que me llevará a ver medusas. Deseando acabar con este insomnio...

Verbo.




Soñaba con bucear. Con salir de pesca. Con visitar Moscú. Soñaba con despertar un día y tenerlo todo. Saberlo todo. Poder hacer lo que quisiera. Despertar y de repente tener un piano. Uno de cola y blanco. Saber tocarlo con maestría. Conocer a la perfección sus notas. Soñaba con despertar y encontrarme dibujando con gran habilidad. Enfrentarme al papel y no hacer garabatos. Darle forma, sombra y matiz a mis mamarrachos. Soñaba con encontrar también que el teatro me era nato. Que podía interpretar cualquier rol. Que podía sacar mis lágrimas sin el menor esfuerzo. Una gran risotada y una mirada perspicaz. Soñaba con hacerlo todo. Serlo todo. Saber más. Intuir menos. Soñaba con tirarme en la hierba. Con escribir un gran cuento. Soñaba con un verbo. Ése que no encontraba espacio en mis tardes aburridas. Ése que parecía huirle a mi horizontal existencia...