domingo, 9 de febrero de 2014

Lápida.


No era la primera vez que estaba allí. A menudo corría, cuando todo salía mal, hasta ese lugar. Me arrodillaba. Derramaba un par de lágrimas y empezaba a silbar. Silbar nunca fue mi fuerte pero él siempre quiso que lo hiciera. Le encantaba silbar. Podía hacerlo de todas las formas y yo me asombraba de ese don que no poseía. Luego de silbar, y notar que mi nariz ya estaba algo abrumada, le contaba lo que sucedía. Lo que andaba mal en la escuela. Con mi madre. Con Cassy. Conmigo. Le contaba todo. La nueva cámara. La bici que estropeé. El cuadro que rompí por accidente. El día en que mamá me presentó a ese tipo. El día en que mamá besó a ese tipo. Y el día en que por poco mato a ese tipo. No sé, la cosa es que ése era mi refugio. Tal vez él no me escuchaba pero me sentía a salvo allí. Sentía que, sobre esa lápida, podía desperdiciar todas mis palabras. Todas mis lágrimas. Todas las historias que nadie querría escuchar. Y así transcurrieron los años. Yo huía, me sentaba, silbaba, hablaba, lloriqueaba. Así, por muchos años. Hasta que sucedió esto. Esto que realmente me excede. Me supera. Cassy me dijo que está embarazada. Naturalmente fui hasta allí. Me arrodillé, de nuevo. Con lágrimas y sin palabras. No pude, realmente no pude hacerlo. Quería contárselo a papá, pero no pude. Estaba mudo, con la garganta apretujada. Con la culpa hecha silencio. Volví a casa. Sólo le dejé unas cuantas flores y volví. Tras largas horas en el teléfono, tomamos una decisión. Cassy no podía ser mamá y mamá, realmente no podía darse cuenta de que Cassy sería mamá. Sería doloroso. Para las dos. Para los tres. Me sentía terrible. Yo era cómplice del horrible suceso que cambiaría la vida de Cassy. Recuerdo que ella, entusiasmada, me hablaba de sus planes para el futuro. Quería viajar y con suerte enseñar español en cada país que visitase. Quería aprender tai-chi, preparar ramen, probar el ramen, probar el queso holandés en Holanda y el yogurt griego en Grecia. Lo siento, le digo y ella rompe a llorar. Mencionó un lugar para practicar el aborto y cuánto dinero necesitaríamos. Yo asentí y quedé en recogerla al día siguiente. Colgamos. Era el día siguiente. Dentro de unas pocas horas esas dos líneas en su prueba de embarazo, sólo serían historia. Una historia que, por supuesto, no debía saber mamá y no podía, por alguna extraña razón, contársela a papá. ¿Qué pensaría papá de mí? ¿Era, acaso, un asesino? O, bueno, probablemente aún no lo era. No había sucedido aún. Pero, ahora que ya sucedió, ¿lo soy? ¿Un asesino sólo lo es en el momento de perpetrar el crimen o lo es en el momento en que contempla la posibilidad de hacerlo? Soy un criminal, no sé silbar y para variar destruí la vida de Cassy. Ya no será mamá, pero tal vez no lo vuelva a ser nunca. Y yo, por ahora, con tan sólo veinte, ya he sepultado a dos personas.