He decidido dejar un espacio en blanco. Debo tomarme un tiempo para pensar bien las cosas. Sé que he actuado mal y me desconozco. Lo importante de los errores, y lo he aprendido, es recapacitar. Perdona, en verdad, perdona mis malos actos. No quise decirte adiós de esa manera tan cruel ni quise pisotear tu orgullo así sin más. No lo sé. Tal vez me cegué por el poder que me diste. El poder de decidir en tu vida. De escribir los siguientes capítulos en nuestra historia. Me entregaste el cetro y ya ves lo que hice. Lo siento. Nunca había dicho un lo siento así de fuerte. Nunca lo había lamentado en serio.
Quisiera olvidarme por un instante de mis errores y ponerme una gran sonrisa. Regalártela. Envolverla para ti. Pero no puedo. Siento que te he fallado y más que nada me he fallado a mí misma. Encuentro por fin el amor, mi concepción de amor, la única y tan anhelada concepción de amor, y lo arruino todo. Me vuelvo irascible, iracunda. Me voy llenando de ira y de penas y el medidor de amor se ha ido bajando. Y no es que te quiera menos, no. Es que la ira lo ha ido taponando todo. Lo ha ido tapando, ocultando. Pero te quiero igual, me atrevería a decir que aún más. Tanto como para tener que dejarte. Tanto como para tener que repararme primero para luego ir contigo. Ir contigo a hacerte feliz. A llenarte de risas el rostro, no de penas. No de ceños fruncidos. No de lágrimas. Tanto como para escribirte esta carta. La única carta en toda mi vida, que llegara a su destinatario. La única.
No hay comentarios:
Publicar un comentario