Tu mano se fue enfriando junto a la mía. Luego nos vimos a los ojos y ya no había nada. Habíamos soñado tanto con este momento. Tanto que estábamos desgastados. Tanto que ya no era tan mágico. Siempre quisimos estar así. Juntos. En el barranco. Agarrados de la mano. Viendo el cielo. Sintiéndonos casi inmortales. Habíamos soñado tanto con este momento que echamos al olvido los otros. Los cafés. Las guerras de almohadas. Las mañanas soleadas. Las tardes de tráfico. Los nervios. Las noches de teatro. Los abrazos fugitivos. Las madrugadas escapando. Y ahora estábamos allí. En lo que siempre quisimos. Con las nubes que siempre anhelamos. En el lugar que siempre, siempre, soñamos. Y... ¿ahora qué? ¿Con que iríamos a soñar? Supongo que ese es el riesgo de cumplir los sueños. Después de ellos sólo hay un frío enorme y una inmensa, inmensa e inexplicable nada.
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