domingo, 7 de julio de 2013

Felinos.





















Esa mañana quería desaparecer. Desperté y lo juro, quería desaparecer. Cerré mis ojos con fuerza y deseé estar en otro sitio. Uno mejor. Uno no tan éste. Uno no tan feo. Una playa. Una isla. Sin mucha gente. No sé. Algo distinto. Algo cálido. Un lugar donde los extraños se sonrieran. Un lugar donde las bicis estén a salvo. Un lugar donde me sintiera, por primera vez, a gusto.
Como era de esperarse nada sucedió. Al abrir los ojos, me encontraba ahí. Ahí en mi cuarto. En mi desastre de cuarto. Con las cortinas horribles. Con la laptop dañada. Con todo lo que me era familiar y odioso. Con todo y cajas de mudanza.
Empecé a llorar. Un llanto tan profundo y silencioso. Un llanto nuevo. Un llanto extraño. Uno al que me acercaba por primera vez. Uno al que le tenía un peculiar aprecio. Lloré, creo, por unos cuantos minutos. Cuando me detuve, me sentí renovada. De alguna manera, renovada. Miré a la ventana y encontré un gato. O el gato me encontró a mí. En este punto ya no importa. En este punto ese gato, es mi mascota.


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