Entré al consultorio. La enfermera sólo preguntó mi nombre y lo escribió en una cinta. El trato era muy profesional, por poco y no me mira el rostro. Agarró un bote y la pegó. Yo, mientras tanto, contaba los segundos y anhelaba el fin de aquel episodio. Sudaba frío. Cuando la aguja entró sentí un alivio enorme. Miré a la enfermera y entre nerviosa y atontada tomé mis cosas y me fui. Los resultados tardarían media hora. El episodio aún no acababa por completo, faltaba la peor parte. ¿Y si daba positivo?¿Realmente estaba preparada para esto? Tenía mis dudas al respecto.
Mis calcetines eran de colores distintos. La prisa no me dejó elegir unos más adecuados. Los resultados se asomaron ante mí. Alargué mi brazo por la ventanilla y pagué el valor de la consulta. Al salir, caminé sin rumbo. No abriría el sobre hasta llegar a la esquina. Una vez allí, vería el resultado y tiraría el papel a la basura. De algo estaba segura, si un bebé crecía dentro mío, tendría que empezar a usar nuevos calcetines.
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