Suelo pensar que no debí huir esa noche. Estaba tan atemorizado que no pude hacer más. Corrí y corrí hasta alcanzar el lago. Lancé unas cuantas piedras con fuerza, como si eso pudiese hacerme menos miserable. Rebobiné y vi lo estúpido de mi actos. Todos y cada uno de mis actos. Esa noche no había sido más que un completo idiota. Un imbécil.
Quise volver y decirte: perdona, soy un maricón. Quise volver y darte un abrazo y saborear las lágrimas secas en tus mejillas. Y besarte fuerte y apretarte contra mí y decirte que no te quería perder y que huí sólo por miedo a herirte más. Y luego no decir nada y perderme en tu cabello y pedirte perdón mil veces en silencio y otras mil más a viva voz. Quise hacerlo pero mis piernas no respondían. Temían al rechazo al igual que mis brazos. Cada uno de mis poros temía tu vil y posiblemente inevitable rechazo. Entonces, volví a casa. Me tumbé en el catre y no pude dormir. Daba vueltas y vueltas al asunto. Pude haber remediado todo pero no sé qué me detuvo. Pude tantas cosas pero soy un cobarde. Me arrepiento, doscientas veces me arrepiento. La casa de musgo no será la misma sin ti. Y sin ti yo no soy el mismo, soy como un agujero cobarde. Un vil agujero cobarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario